Eres matutino y nocturno, cereal, oceánico…
Caminos, revelaciones, pueblos insurgentes…
Rimbaud como un herido pez sangriento palpitando en el lodo…
Un libro es la Victoria en la desnuda soledad marina…
El hombre descubriendo los últimos secretos…
–Pablo Neruda: Oda al Libro
Estimada señora, soy un santiaguero que reside en el extranjero desde
hace veinticinco años, lector ávido, y escritor aficionado. Después de leer su
colección de cuentos, supe de la revista que usted dirige. Me alegra mucho
haber encontrado un «wormhole» que me conecta con mi linda y apacible aldea,
como llamo a mi pueblo. Por lo menos, así es como lo recuerdo, creciendo feliz
y haciéndome hombre, en los años setenta; protegido por el seno de mi familia,
la fe religiosa, y la ignorancia; al margen de las atrocidades cometidas por la
dictadura que nos gobernaba. Pero, no es de eso de lo que quiero hablarle.
Acabo de leer su artículo «Religión», en el número 57. Debo confesar que lo abordé con la misma suspicacia con la que leo casi todo. Desconfianza ante ciertas actitudes conservadoras y «mainstream»; encontrando (a veces donde no la hay; me declaro culpable) una cierta complicidad con el «status quo», con las autoridades encargadas de perpetuar los dogmas, las leyendas, y las mentiras históricas, con el propósito de mantenernos en el oscurantismo. Porque, como usted dice, yo no soy de los muchos que tienen fe, sino de los pocos que dudan; y no solamente de los que dudan, sino de los que ponen todo en tela de juicio; especialmente si viene de las autoridades, y todavía más si procede de los líderes religiosos. Y por eso simpatizo con el pobre Nietzsche (aunque murió joven y loco de remate, como usted dice), precisamente porque era iconoclasta. Al igual que su hijo, yo también me decepcioné de la religión antes de los dieciocho. Y cuando tuve hijos, decidí que los criaría prescindiendo de ella. Debo confesar que, al igual que los ateos y agnósticos de los que usted habla (yo también soy uno de ellos), a veces me asalta la duda de si hice bien. Pero no es de eso de lo que quiero hablarle.
Acabo de leer su artículo «Religión», en el número 57. Debo confesar que lo abordé con la misma suspicacia con la que leo casi todo. Desconfianza ante ciertas actitudes conservadoras y «mainstream»; encontrando (a veces donde no la hay; me declaro culpable) una cierta complicidad con el «status quo», con las autoridades encargadas de perpetuar los dogmas, las leyendas, y las mentiras históricas, con el propósito de mantenernos en el oscurantismo. Porque, como usted dice, yo no soy de los muchos que tienen fe, sino de los pocos que dudan; y no solamente de los que dudan, sino de los que ponen todo en tela de juicio; especialmente si viene de las autoridades, y todavía más si procede de los líderes religiosos. Y por eso simpatizo con el pobre Nietzsche (aunque murió joven y loco de remate, como usted dice), precisamente porque era iconoclasta. Al igual que su hijo, yo también me decepcioné de la religión antes de los dieciocho. Y cuando tuve hijos, decidí que los criaría prescindiendo de ella. Debo confesar que, al igual que los ateos y agnósticos de los que usted habla (yo también soy uno de ellos), a veces me asalta la duda de si hice bien. Pero no es de eso de lo que quiero hablarle.
A pesar del escepticismo con
que inicio la lectura de cada revista, al final esbozo una sonrisa, porque la
tarea se ve recompensada con un nuevo influjo de ideas, y unas ganas de leer más, además del éxtasis estético.
En el número 56 descubrí a
Junot Díaz. Un dominicano que triunfa en los Estados Unidos, ganador del premio
Pulitzer, graduado de Rutgers, y Cornell, profesor en el MIT, y todo eso, ¿y yo no lo
conozco? ¡Pero no es posible! Are you
kidding me? Ni siquiera lo había oído mencionar. Después de leer el artículo me
embalé hacia la librería, y compré «Drown», «The Brief and Wondrous Life of
Oscar Wao», y «This Is How You Lose Her» que, valga la aclaración, leí sin parar.
Se me aguaron los ojos con el
número 53 cuando leí «Los Muchachos del Memphis», de Pedro Peix. Me recordó
otro cuento muy querido de mi juventud: «Ahora Que Vuelvo Ton» de René del
Risco. Me engranojé ante la posición
valiente, combativa y de denuncia de Pedro Peix en «La Droga no es el problema».
Más claro de ahí no canta un gallo. Way to go Pedro! No hay que dejar morir los ideales. En el número 46, fue una gozada leer de nuevo «Yelidá», de
Tomás Hernández Franco. He leído pocos poemas que se puedan comparar con éste.
«Del Azar y las Lecturas»,
escrito por usted en el número 54, me ha hecho decidirme, finalmente, a leer a
Marguerite Yourcenar. Nunca la he tocado. ¡Qué vergüenza! Mañana me disparo a la librería y compro «L’Oeuvre
au noir».
Pero no es de eso de lo que
quiero hablarle. Lo que quiero decirle
es: ¡GRACIAS! por publicar la revista. Tanto rodeo y tanta palabrería para
decirlo. Un vicio incorregible del que aspira a ser escritor. Supongo.
© William Almonte
Jiménez, 2014