Madre De Todas Las Tierras

Naboria daca ae
Mayanimacaná
Guaitiao
mayanimacaná   

Soy un siervo
no me mates
tu hermano de sangre
no me mates

        —Juan Luis Guerra: "Naboria/Daca Mayanimacaná"              

I
Amanex sintió el metal ardiente penetrar en su vientre y desgarrar los tejidos de sus vísceras. Un torrente carmesí comenzó a manarle por el ombligo. Perdió las fuerzas y se desplomó de rodillas sobre el suelo de tierra de la plaza del pueblo, frente a don Alonso, quien todavía blandía la espada ensangrentada. Levantó los ojos y los fijó en los de aquel. Habría querido decirle: «Matarme no te servirá de nada; podrás poseer su cuerpo, pero nunca serás dueño de su corazón». Pero Amanex no hablaba la lengua de los conquistadores. Por eso, y a pesar de que estaba moribundo, se rio en su cara. Luego dirigió la mirada hacia el balcón y las celosías detrás de las cuales estaba Eugenia con el espanto dibujado en la cara. Todo se oscureció en derredor suyo. Antes de perder el conocimiento, recordó las advertencias de Iguanamá cuando le decía que no abandonara su aldea, que no se dejara entrampar por el sortilegio nefasto de Quisqueya, que no se fuera a la Madre de todas las tierras, porque los dioses de sus amos eran crueles. ¡Cuánta razón tuvo! Entonces se derrumbó, exhalando su último suspiro.
II
La luna llena se reflejaba en las tranquilas aguas del remanso del Orinoco, a orillas del cual estaba situada la aldea de Amanex. Iguanamá su madre y él estaban sentados sobre el tronco hueco de un árbol caído, fuera de su bohío, buscando un viento fresco que los aliviara del calor. Amanex, mirando de reojos a los cocuyos, que siempre le inspiraban terror, pues eran hupias (espíritus de gente muerta), escuchaba con suma atención a su madre. Espantándose los mimes de la cara, masticando tabaco e ingiriendo tragos de cusubí, ella le repetía la historia que tantas veces le había contado.
       Iguanamá le relató cómo los caribes acostumbraban a merodear en la mar océano, en busca de una isla que afirmaban se asemejaba al hogar de los dioses. Un lugar con tierras fértiles donde se podía cultivar la yuca, el ñame, la yautía, el maíz, los plátanos y las batatas. Donde proliferaban las matas de jagua, guayaba, mangos y aguacates; donde innumerables pájaros nublaban el cielo, y los peces rebosaban las aguas; donde también había una gran variedad de animales para cazar en la jungla; y oro en los ríos. Una isla que llamaban Kestkeia o Quisqueya, que en la lengua arawak significabaMadre de todas las tierras”. Los siboneyes, los macoríes, los ciguayos, los lucayos y muchos integrantes de la tribu de Amanex, los taínos (incluyendo a su padre y su abuelo), aunque no se llevaban bien con los caribes, decidieron seguirlos en su viaje en busca de Quisqueya.
     Con el paso de los años, algunos taínos regresaron a su aldea natal y refirieron los pormenores de su travesía. Contaron que habían hallado a Quisqueya, y que allí se habían asentado. Aseguraron que los taínos se multiplicaron más que las otras tribus y se convirtieron en la mayoría, estableciendo una sociedad muy organizada. Dividieron la isla en cinco regiones, cada una encabezada por un cacique, mientras que el segundo al mando era el bohique, el médico brujo. Ambos representan los poderes sobrenaturales del día y la noche.
     Tierra adentro, en los valles y en los claros de la selva, fundaron caseríos. Con hojas de hinea que recogieron a orillas de los ríos, y con la madera del capá prieto y la canela cimarrona, edificaron bohíos para la gente común y caneyes para sus caciques. La tierra resultó ser tan fértil como decía la leyenda, por lo que se dedicaron a la agricultura, construyendo sembrados que llaman conucos, usando abonos y sistemas de riego. Cultivan yuca, maíz, cacahuate, pimienta, piña, batata, algodón y tabaco. Cazan roedores como las jutías, así como iguanas y culebras. También capturan diversas especies de aves como la higuaca, el guaraguao y la cigua. Fabrican flechas y lanzas utilizando piedras y huesos. Para pescar emplean distintas técnicas, incluyendo anzuelos, redes y veneno. La carne la conservan ahumándola y la asan en una barbacoa. Fermentan la yuca para obtener el cusubí. El casabe, una torta circular hecha de yuca que se tuesta al sol o al fuego, forma parte de su dieta regular, al igual que las arepas que elaboran con maíz. Con el algodón tejen hamacas, donde duermen. Fabrican tinajas de barro, tallan la madera e hilan redes. En las zonas áridas abunda la guasábara, utilizada por los bohiques para preparar remedios.
     Guiados por el bohique, el médico brujo que posee poderes extraordinarios debido a su habilidad para comunicarse con los espíritus, se congregan para adorar al Gran YaYa, el creador del mundo tanto espiritual como material. Adoran también otros dioses como Yocahú, Atabey, Yermao, Guacar, Apito y Zuimaco, junto con el sol, la luna, el viento y el fuego. Los hombres se cubren con un sencillo taparrabo; las mujeres casadas lucen un delantal de paja, hoja o algodón, conocido como nagua. Las mujeres solteras, en cambio, van desnudas, con sus cuerpos pintados de negro, blanco, amarillo y una tinta roja que hacen machacando las semillas de bija. También se hacen tatuajes para protegerse de los malos espíritus, y se horadan las orejas y los labios con oro, plata, piedra, hueso y concha.
     También veneran a los cemíes, a Opiyel Guobiran, Baibrama, Corocote y Maketauri Guayaba. Estos son espíritus protectores con poder sobre los seres humanos, ya que en ellos residen los espíritus de antepasados muertos, así como de rocas y árboles. Los cemíes son representados en forma de ídolos que se construyen con algodón, piedra, hueso, concha y otros materiales. Al ritmo de los tambores, medio embriagados por el tabaco y el cusubí, ejecutan los areítos, las danzas sagradas; ofrecen sus oraciones y celebran rituales para implorar la abundancia de frutos y el bienestar de la raza humana. Después de adorar a sus dioses, se divierten de diferentes maneras, a través del baile, la música y el juego de pelota. Este último se conoce como batú, y se juega en un espacio llamado batey; la pelota que utilizan está hecha de las raíces de la planta llamada cupey.
     —Lo que contaron quienes regresaron —continuó Iguanamá—, enloqueció a muchos de los habitantes de aquí. Se obsesionaron con Quisqueya, soñaban con ella, solo pensaban en marcharse. Hasta que un día lo llevaron a cabo, dejando la aldea casi desierta, solamente con las mujeres y los niños—.
     Sin embargo, recientemente, otros taínos volvieron, desalentados y atemorizados. Informaron que están sucediendo cosas terribles en Quisqueya. Que han llegado unos dioses extraños, de piel blanca, vestidos de manera extravagante. Vinieron por el mar, en unas canoas gigantescas que no tienen remos, sino que son impulsadas por el viento. Tienen armas de metal que llaman espadas; y algo que llaman pólvora, que explota, produce fuego y mata.
     Al principio, los taínos les rendían culto creyendo que eran dioses. Sin embargo, se dieron cuenta de que no son divinidades, sino seres humanos que representan a sus dioses, quienes son invisibles, omniscientes, omnipresentes y todopoderosos, y residen en un lugar conocido como Cielo. Tienen cuatro dioses: uno que llaman el Padre, otro que llaman el Hijo o Jesús o Jesucristo, otro que llaman el Espíritu Santo y, por último, otro, que es una mujer, llamada la Virgen María. La Virgen es la madre del hijo Jesucristo, pero no es la mujer del Padre. También adoran muchos cemíes a los que llaman santos, siendo el más prominente Santo Domingo. Sus bohiques, a quienes se refieren como padres, curas o sacerdotes, visten una túnica larga que en el pecho tiene un símbolo de dos palos cruzados conocido como cruz. Sus soldados obligan a los taínos a reverenciar ese símbolo y a sus dioses, amenazando con la espada a aquellos que se niegan a hacerlo—.
     —Dicen los que volvieron —prosiguió Iguanamá con su relato, después de escupir el tabaco masticado que tenía en la boca—, que los invasores son despiadados, que esclavizan a los taínos, matan a los hombres y ultrajan a las mujeres; y que los chamanes, los que tienen la túnica larga con el símbolo de la cruz en el pecho, permiten esas atrocidades, porque según ellos, los taínos son animales, sin el soplo de vida del gran espíritu.
     Debido al maltrato que están sufriendo por parte de los recién llegados, los caciques están organizando a sus hombres para enfrentar las agresiones que tienen el propósito de someterlos y esclavizarlos. Pero los que han vuelto afirman que la lucha es desigual. Los taínos solo disponen de arcos, flechas, lanzas y macanas, mientras que los invasores cuentan con armas poderosas que llaman arcabuces, ballestas, cañones, además de sus petos y armaduras, armas de fuego, espadas, caballos, perros y trampas. Muchos taínos se han visto obligados a huir de sus caseríos, dejando atrás sus bohíos, sus conucos e incluso a sus mujeres, y se han refugiado en las montañas; a esos los llaman cimarrones—.
     —No te vayas a Quisqueya, Amanex, no abandones tu aldea, no te dejes embrujar por esa maldita mujer. Si lo haces, te arrepentirás —le advirtió Iguanamá a su único hijo.
III
Pero Amanex era ya todo un hombre, y el llamado del mar de los caribes y de la siniestra mujer que llamaban Madre de todas las tierras llegaba hasta sus oídos, creando en su espíritu un torbellino de ansiedad e incertidumbre que lo mantenía desvelado por las noches. Una noche sin luna, llenó un macuto con provisiones y se despidió de su madre, de su choza y de su aldea. Montó en su piragua y remó río abajo hasta alcanzar la desembocadura. El sol comenzaba a elevarse sobre el mar de los caribes, deslumbrándolo de tal manera que no podía distinguir su alrededor, ni mucho menos el futuro y el resultado de la aventura azarosa en la que se había embarcado.
     Amanex navegó durante muchos soles y lunas. Suplementó las provisiones que comenzaban a escasear pescando con anzuelo y consumiendo la carne cruda de los peces. Un profundo desasosiego lo invadió, pues creía que para entonces ya debía haber arribado a Quisqueya. Sin embargo, a pesar de que agudizaba la vista en todas direcciones, no divisaba ninguna señal de tierra. El temor a la furia del mar lo dominó. Con fervor, le pedía a Maquetaurie Guayaba, el cemí de su devoción, que intercediera ante el grandioso Ya Ya y Yocahú, para que evitaran que Guabancex se juntara con Guataubá y Coatrisquie, y desataran a Juracán, antes de que él llegara a Quisqueya. Como en respuesta a su plegaria, el viento y la corriente cambiaron a su favor, y al final del día, cuando el sol se ocultaba en el horizonte, llegó al Golfo de Jaragua. Sacó su piragua del agua y la tendió sobre la arena. Exhausto, se acostó sobre la hierba, bajo la sombra larga de una mata de coco, teniendo cuidado de no acercarse demasiado a un túmulo de comején situado en el árbol contiguo; luego se quedó dormido.
IV
El sol que le iluminaba el rostro y los ladridos de los perros lo sacaron de su sueño. Tenía cadenas en los pies y las manos, y varios hombres extraños le apuntaban al pecho con lanzas. Los soldados, pensando que Amanex era un esclavo que había intentado escapar, lo llevaron a empujones hasta el pueblo. Lo amarraron del poste que había en medio de la plaza, y un soldado lo azotó con un látigo hasta que la sangre le brotó de la espalda. Debido al intenso dolor, perdió el conocimiento. Lo dejaron atado al poste hasta el día siguiente y luego lo trasladaron, casi muerto, a las barracas donde dormían los esclavos.
     Amanex no podía creer lo que le estaba sucediendo. Habiendo sido libre toda su vida, cazando y pescando en las selvas del Orinoco, la esclavitud le resultaba insoportable. No estaba habituado a laborar como una bestia de carga, desde el alba hasta el crepúsculo, a ser humillado, golpeado, azotado y tratado como un animal que se arrastra. Con el transcurso del tiempo y la brutalidad del régimen al que estaba sometido, su espíritu comenzó a quebrarse. Sentía que se moría, poco a poco, cada día. Nada lo consolaba. Solo pensaba en su aldea, en su gente y en las palabras de su madre.
V
El pueblo se componía de algunas calles de tierra que albergaban casas de piedra, madera y paja; una enorme barraca de piedra para los soldados; y una estructura rectangular, también de piedra, para almacenar las municiones y provisiones. En el centro se encontraba la plaza. A un lado de la plaza estaba la iglesia, junto a la casa del alcalde, don Alonso. En el lado opuesto, frente a la iglesia, estaba la casa de Eugenia. En un terreno baldío, en la periferia, había una especie de fortaleza rodeada de una empalizada de madera, que contenía más barracas para los soldados, las chozas donde dormían los esclavos y los perros que los vigilaban. A lo lejos se podían observar los campos cultivados por los taínos y, más allá, al final de la llanura, la sierra con la entrada que conducía a la mina de oro, donde cada día su raza se extinguía un poco más.
     El único acontecimiento que variaba la rutina implacable de la vida de los taínos ocurría los domingos. En ese día se les permitía sentarse en el suelo de tierra de la plaza, encadenados y vigilados por los soldados y los perros, mientras el cura oficiaba la misa. Dentro de la iglesia, los invasores invocaban a sus dioses, agradeciéndoles el apoyo recibido en el proceso de someter a los indígenas y propagar la fe cristiana. Al finalizar la misa, todos desfilaban por la plaza, con la cabeza en alto, mirando con desprecio a los esclavos, luciendo sus indumentarias vistosas y abultadas, que usaban a pesar del calor sofocante.
     Los soldados, tanto lanceros como alabarderos, vestían sus atuendos militares. Llevaban morrión, gorguera blanca, armadura y polainas altas y ajustadas. Don Pedro, el capitán, lucía un morrión adornado con un plumero, gorguera de encajes, calzón corto abollonado, espada al cinto y un bastón de mando.
     Don Alonso, el alcalde, cubría su cuerpo con calzones altos en forma de tonelete, que llegaban hasta un poco por encima de la rodilla, con la bragueta abultada como en una armadura, para protegerse el escroto. El cuello de su camisa sobresalía ligeramente por encima del cuello del sayuelo. Como prenda exterior llevaba un jubón de mangas a bandas y abollonadas. En su cabeza portaba un sombrero-boina plana; alrededor del cuello tenía un collar; y en la cintura un enorme puñal adornado con borlas.
     Eugenia lucía una camisa decorada con encajes, con mangas amplias y onduladas, sostenida por un corsé que le ajustaba la cintura. Encima llevaba un jubón cuyas mangas llegaban hasta los codos, con un escote pronunciado y ceñido al cuerpo, resaltando sus formas. Debajo de la falda llevaba enaguas con vuelos y puntillas en el borde inferior. Sus zapatos eran de un tejido delicado, similar a la seda, decorados con hebillas. Las medias, también de seda, que alcanzaban justo por encima de las rodillas, estaban sujetas por un porta-ligas. Su cabello rubio, con rizos, bucles y trenzas, estaba ornamentado con cintas, alfileres, flores frescas y una peineta que mantenía su elaborado peinado en su lugar. Una mantilla le cubría la cabeza y los hombros. De su largo cuello pendía un collar que terminaba en un crucifijo, el cual reposaba entre la voluptuosidad de sus pechos firmes.
     El cura, que era el último en salir, a pesar de su complicidad en los crímenes cometidos contra los aborígenes, los miraba con actitud benigna y les otorgaba su bendición haciendo la señal de la cruz. Los conquistadores creían que esto podría contribuir a la cristianización de los salvajes.
     Entre todas las mujeres que salían de la iglesia, Amanex siempre se fijaba en Eugenia, quien era la prometida de don Alonso, el alcalde. Un domingo sus ojos se cruzaron. Eugenia no pudo eludir el estremecimiento que le provocó su figura musculosa y bien formada. Su piel impecable y cobriza; su cara ancha, grande, de pómulos pronunciados, nariz aguileña y labios gruesos; su cabellera negrísima, larga y brillante; sus ojos almendrados; y su mirada orgullosa y desafiante le producían una agitación inexplicable. A partir de ese día, cada domingo, este encuentro de miradas se repetía.
     Un domingo de nubes negras, mientras todos salían de la iglesia, un rayo partió el cielo en dos mitades, y el aguacero se precipitó con violencia sobre los que estaban abajo, sin hacer distinción entre amos y esclavos. Todos se apresuraron a regresar a sus hogares. Como consecuencia de la batahola causada por la tormenta, Eugenia perdió su mantilla. Cuando los soldados arrearon a los taínos de vuelta a sus barracas, Amanex la recogió del suelo con disimulo.
     Amanex escondió la mantilla de Eugenia debajo de la estera en la que dormía. En las noches de desvelo, la sacaba, la besaba y aspiraba su fragancia, contemplando la luz melancólica de la luna que se filtraba por la ventana. Antes de dormirse, se cercioraba de volver a ocultarla bajo la estera.
     Una noche, cuando logró evadir la vigilancia de los soldados y los perros, se dirigió a la casa de Eugenia. Oculto entre los rosales, permaneció de pie un buen tiempo, observando la ventana del aposento que daba al patio. La luz trémula de la lámpara se colaba por las celosías. Ella debió presentir una presencia afuera, pues un impulso la llevó a correr las cortinas y abrir las ventanas. Al asomarse, logró distinguir el torso y la cabeza de él, detrás de los arbustos. En un estado de asombro, él examinaba los contornos de su figura y el brillo de sus ojos. Así permanecieron durante un largo rato, descubriéndose y devorándose con la mirada, hasta que la lámpara se apagó. Ella entonces cerró las ventanas, y él regresó a la barraca de los esclavos.
     En las ocasiones en que podía burlar a los soldados y los perros para volver al templo de los rosales blancos (donde adoraba a su nueva diosa que, encaramada en el altar del balcón, lo bañaba con el fulgor de su mirada), se sentía libre de nuevo. Lo extraño es que, a pesar de tener la oportunidad de huir hacia los cerros, no lo hacía, ya que se encontraba atrapado en otra clase de prisión, una que resultaba más difícil de evadir que las cadenas, los grilletes, los soldados y los perros.
     Una mañana, Amanex se despertó sintiendo un dolor agudo en el vientre. Un soldado le daba puntapiés, le enrostraba la mantilla de Eugenia y lo increpaba en su idioma extraño. Cuando don Pedro estuvo enterado de la situación, ordenó que lo trajeran ante su presencia. Lo interrogó por medio de un intérprete, un indígena que entendía la lengua de los opresores. Amanex rehusó revelar la procedencia de la mantilla. Como consecuencia de su negativa, desataron la furia del látigo sobre su cuerpo. Don Pedro llevó la mantilla a don Alonso, quien la reconoció como propiedad de Eugenia. Descompuesto por la cólera, ordenó que llevaran a Amanex y a los demás esclavos a la plaza del pueblo.
VI
Cuando Amanex cayó abatido por la espada de don Alonso, todos contemplaban su cuerpo sin vida, marcado por los latigazos, sumido en un charco de sangre y tierra. Los demás esclavos, sobrecogidos por el miedo, conscientes de que podrían correr la misma suerte si se atrevían a mostrar la misma audacia. Don Pedro, con ojos perversos y sonrisa sádica, convencido de haber cumplido con su deber. Don Alonso, con la satisfacción de haber vengado su honor; y Eugenia (desde su balcón, detrás de las celosías), bañada en lágrimas, porque le habían matado al único hombre que residía en sus pensamientos, tanto de día, cuando estaba despierta, como de noche, en sus sueños. Para castigar al muerto por la última insolencia de la carcajada, don Alonso ordenó que descuartizaran su cuerpo y se lo echaran a los mastines.

© William Almonte Jiménez, 2011

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GLOSARIO
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 Apito: En la mitología taína, es uno de los cinco nombres de la diosa madre Atabey.

Arepa: Es una preparación culinaria de origen amerindio hecha a base de masa de maíz cocido. Tiene forma circular y aplanada, y se cocina mediante métodos diversos como el asado, horneado o la fritura.

Areíto: Danza taína y canto ceremonial que combinaba música, baile y poesía para narrar y honrar la historia, los mitos, los héroes y los dioses taínos. Esta manifestación cultural jugaba un papel crucial en la vida social, política y religiosa, transmitiendo conocimientos y leyendas importantes de la cultura a través de la tradición oral.

Atabey: Deidad suprema de la fertilidad, el agua dulce y la creación.

Baibrama: Deidad de la agricultura en la cultura taína asociada al cultivo de la yuca.

Barbacoa: En la cultura taína era una técnica de cocción ancestral para asar carnes y pescados lentamente sobre una parrilla de madera elevada que les permitía ahumarlos y conservarlos.

Batahola: En español se refiere a un ruido grande y un gran bullicio o escándalo. Es un término coloquial que se usa para describir un alboroto, tumulto o jaleo, como el que se produce en una multitud de gente.

Batata: También es comúnmente conocida como camote, boniato, o papa dulce. Los nombres varían según la región, pero todos se refieren a la misma planta y su raíz comestible.

Batey: Un batey taíno era un espacio ceremonial y social central en las aldeas, utilizado para celebraciones como el juego de pelota llamado batú, bailes (areítos), asambleas y rituales.  

Batú: Juego de pelota de los taínos.

Bija: Achiote, también se conoce como onoto, urucú y en algunas regiones, axiote. Se refiere a la planta, su fruto (una cápsula de color rojo-anaranjado), y las semillas que se utilizan para obtener un colorante y condimento alimentario.

Bohío: Vivienda de origen taíno, construida de madera y palma con techo cónico. Estas casas eran redondas y se usaban para que vivieran las familias.

Bohique: Era el sacerdote, chamán y médico de su comunidad, con un rol central en la sociedad taína. Figuras respetadas por su conocimiento espiritual y medicinal, actuando como intermediarios entre la gente y los espíritus, y eran responsables de sanar a los enfermos, así como de realizar rituales y ceremonias.

Borla: En la antigua España, las borlas eran elementos decorativos que adornaban la ropa, especialmente la de eclesiásticos y militares, y también se usaban con fines de protección como talismanes. Se asociaban con el estatus y el poder, y se colgaban en puertas y ventanas para protegerse de los malos espíritus.

Cacique: Jefe o líder, tanto en su sentido histórico como en el moderno. Históricamente, se refiere al jefe de una tribu o comunidad indígena.

Calzones: En la España de los siglos XV y XVI, los "calzones" eran prendas exteriores y ajustadas para hombres, inspiradas en el atuendo militar. Se ataban por debajo de la rodilla y se caracterizaban por tener un aspecto abombado y acampanado.

Canela cimarrona: No es un término botánico estándar, pero podría referirse a la canela de Ceilán (Cinnamomum verum), conocida como la "canela verdadera". Otra posibilidad es que se refiera a un árbol diferente, como el cara o cassia cimarrona (Cassia grandis), que es nativo de América Central y se utiliza para tratar enfermedades del pecho.

Caney: Casa grande de tipo taíno, generalmente rectangular y hecha de madera y paja, que pertenecía al cacique o jefe indígena.

Canoa: Embarcación de remo estrecha, ligera y alargada, puntiaguda en ambos extremos y generalmente abierta por la parte superior. Se impulsa con la fuerza humana utilizando remos de una sola pala.

Capá prieto: Nombre común de la especie de árbol Cordia alliodora, también conocido como laurel blanco o laurel tropical. Este árbol es nativo de América tropical, desde México hasta Argentina, y su madera es valorada.

Caribes: Grupo de pueblos arawak que habitaron el área del Caribe y el norte de Sudamérica.

Casabe: Pan plano y crujiente hecho de harina de yuca o mandioca, originario de América. Es un alimento ancestral que se consumía en tiempos prehispánicos y sigue siendo popular en países como Venezuela, Cuba, República Dominicana, Haití y Honduras.

Cemí: Figura sagrada o ídolo de la cultura taína que representaba dioses, espíritus ancestrales o fuerzas de la naturaleza. Estas figuras se hacían de piedra, madera, concha o algodón y eran fundamentales en la vida religiosa y espiritual de la comunidad taína. El término "cemí" también se puede referir a la deidad o espíritu que habitaba en el objeto.

Chamán: Persona con supuestos poderes sobrenaturales, considerada un especialista en curación, adivinación e invocación de espíritus. Funciona como un intermediario entre el mundo físico y el espiritual o divino, atendiendo tanto las necesidades psicológicas como espirituales de su comunidad.

Cigua: Especie de ave veloz con plumaje gris, blanco y negro que generalmente vuela de palmera en palmera. La Cigua Palmera es el ave nacional de la República Dominicana.

Ciguayos: Grupo indígena que habitó la región noreste de la isla de La Española (actual República Dominicana).

Cimarrón: Significa salvaje o asilvestrado, y se aplica tanto a animales domésticos que huyen y se vuelven salvajes como a plantas silvestres o a esclavos fugados de las plantaciones.

Coatrisquie: Deidad masculina en la mitología taína, una de las dos entidades que acompañaban a la diosa de las tormentas, Guabancex. Su función principal era controlar el agua de la lluvia torrencial y las inundaciones. Los taínos realizaban rituales envolviendo un cemí (una representación de la deidad) con cuerdas de algodón para pedir agua durante sequías, una tarea asociada con Coatrisquie.

Cocuyo: Tipo de escarabajo bioluminiscente de América tropical, también conocido como carbunco, que se distingue de las luciérnagas por su cuerpo duro y su capacidad de emitir luz desde el protórax.

Comején: Nombre común de las termitas, especialmente en América Latina, conocidas por roer madera y otros materiales celulósicos.

Conuco: Pequeña parcela de tierra dedicada al cultivo, especialmente para el autoconsumo familiar. Es un sistema agrícola tradicional, con raíces indígenas, que se caracteriza por la siembra de una diversidad de productos (como plátanos, yuca, maíz) en un mismo terreno y que a menudo requiere poco riego o arado. El término se utiliza principalmente en países del Caribe y América del Sur.

Corocote: Espíritu taíno de la fertilidad sexual.

Cupey: Puede referirse a la planta árbol cupey (Clusia rosea), un árbol tropical de gran tamaño utilizado en Puerto Rico para leña, combustible y medicinas.

Cusubí: Era una bebida alcohólica taína que se elaboraba fermentando la yuca.

Enagua: En la antigua España, la enagua era una prenda interior femenina, similar a una falda, que se llevaba debajo del vestido principal.

Golfo de Jaragua: Es una parte de la costa de la isla de La Española (que hoy comparten República Dominicana y Haití). Esta región en la isla era un territorio habitado por los taínos antes de la llegada de Cristóbal Colón. El nombre de "La Española" fue dado por Colón a la isla en 1492.

Gorguera: En la antigua España, la gorguera era un cuello ornamentado, a menudo comparado con las hojas de lechuga, que se confeccionaba en lino o encaje, se almidonaba y se plisaba para darle volumen. Fue una moda muy popular, especialmente en los siglos XVI y XVII, que evolucionó desde un cuello más discreto hasta voluminosas lechuguillas, tanto para mujeres como para hombres. El tamaño de la gorguera era un símbolo de estatus social, y su uso se extendió por toda Europa.

Gran Yaya: El dios taíno Yaya es conocido como el Gran espíritu o el Espíritu principal. Se le considera el creador de todo, el dador de la vida y el origen de la creación, además de ser el más grande de los cemís (representaciones sagradas).

Guabancex: En la mitología antillana arahuaca (taína) es la diosa o cemí de las fuerzas incontroladas de la naturaleza, uno de los antepasados míticos de los arahuacos y la materialización de uno de sus mayores temores, los huracanes.

Guaraguao: Ave rapaz diurna falconiforme de la familia de los accipítridos, originaria de las Antillas, parecida al gavilán, de diferente tamaño, alas y parte superior oscuras, pecho y cuello generalmente blancos, pico corvo y negro, cola de color canela o rojo y patas amarillas o rojizas. Nombre científico: Buteo borealis.

Guasábara: Planta espinosa de suelos secos, especialmente en República Dominicana.

Guataubá: Un pregonero de tormentas en la mitología taína. Se le atribuía la predicción y el anuncio de la llegada de las tempestades.

Guayaba: Fruta tropical del guayabo, que es un árbol de la familia de las mirtáceas. Es una fruta de forma ovoide o globosa, con pulpa blanca, rosa o amarilla, y llena de pequeñas semillas.

Hamaca: Tela o red resistente suspendida entre dos puntos. Usada como cama o columpio. Ideal para descansar al aire libre. La palabra proviene del taíno.

Higuaca: Cotorra, en la cultura taína de las Antillas.

Hinea: Era una planta de gran importancia para la cultura taína, ya que sus hojas se utilizaban para construir las viviendas, como los bohíos y caneyes. Estas edificaciones eran el hogar de los caciques y el resto de la comunidad.

Hupia: En la cultura taína, espíritu de una persona fallecida.

Jagua: En la cultura taína, la jagua (de la fruta de Genipa americana) era un fruto sagrado con múltiples usos, especialmente como pigmento natural para la pintura corporal con fines protectores, rituales y de camuflaje. Los taínos usaban la tinta azul/negra para protegerse del sol y los insectos, en preparaciones para el areyto o para la batalla. Además de su uso ceremonial, las propiedades medicinales de la jagua eran valoradas, y se consumía la fruta madura.

Jubón: En la antigua España, prenda de vestir que cubría la parte superior del cuerpo, desde los hombros hasta la cintura, ajustada al cuerpo y con o sin mangas. Históricamente, era una prenda de vestir masculina que se usaba debajo de otras prendas y se sujetaba a las calzas, aunque en las mujeres también era común, especialmente como una pieza que se ajustaba al cuerpo y al busto.

Jubón de mangas a bandas: Se refiere a una prenda de vestir histórica, un jubón ajustado al cuerpo, con mangas que están divididas o formadas por bandas de tela. Esta prenda, popular en España entre los siglos XV y XVII, se caracterizaba por su diseño rígido, que cubría desde los hombros hasta la cintura.

Juracán: En la cultura taína, Juracán era el dios de los vientos y los huracanes, asociado con la destrucción y el caos. Aunque a veces se le describe como una deidad malévola, la creencia más precisa es que era un espíritu que, junto con sus ayudantes Guataubá y Coatrisquie, desataba los fenómenos meteorológicos destructivos. El término "juracán" dio origen a la palabra "huracán" en español.

Jutía: Roedor nativo de las Antillas que fue una importante fuente de alimento para los taínos, quienes la cazaban y domesticaban.

Lucayos: Eran un grupo de los taínos que habitaban las Bahamas antes de la colonización europea. Eran conocidos como "la gente de las islas" (del taíno lukku-cairi) y fueron los primeros indígenas en encontrar a Cristóbal Colón.

Macana: En la cultura taína era un arma de madera dura, similar a una porra o maza, utilizada principalmente para la defensa y la caza.

Macoríes: Eran un grupo indígena pretaíno que se estableció en el interior de la isla de La Española, cerca del río Yuna, y en la costa sureste. Aunque compartían una cultura con los taínos, tenían su propio idioma, que los taínos dominaban como segundo idioma. Eran cazadores, pescadores y recolectores y, al igual que los ciguayos, se enfrentaron con gran valentía a los colonizadores españoles, lo que los convirtió en una de las primeras tribus en ser diezmadas.

Macuto: En la cultura taína era un cesto tejido con fibras vegetales, como el guano, utilizado para cargar objetos ligeros. Su uso ha perdurado en la cultura dominicana.

Maquetaurie Guayaba: Era el dios taíno del mundo de los muertos, también conocido como el "perro ayunante". Su figura simbolizaba el equilibrio entre el orden del mundo de los vivos (día) y el desorden del mundo de los muertos (noche). Su principal símbolo era el murciélago, asociado con la noche y los espíritus de los muertos. Supuestamente se alimentaban de guayabas, según el mito taíno.

Mime: En la cultura taína, la palabra "mime" (de origen indígena antillano) se refiere a un tipo de insecto volador muy pequeño, similar a un jején, que suele posarse en frutas o animales en descomposición.

Morrión: En la España de los siglos XV y XVI fue un casco evolutivo, apareciendo a principios del siglo XVI como una versión mejorada del capacete y la capelina medievales. Se caracterizaba por su forma cónica con una cresta central que desviaba los golpes y alas anchas que protegían la cara y el cuello. Este casco es un símbolo emblemático de los ejércitos españoles de esa época.

Nagua: En la cultura taína, designaba la falda o taparrabo de algodón o fibras vegetales que usaban las mujeres.

Ñame: Tubérculo; planta comestible y su raíz; rica en almidón.

Opiyel Guobiran: Era un espíritu (cemí) de la cultura taína, representado como un perro con características humanas, cuyo papel era guiar a las almas de los muertos hacia el mundo de los muertos. Actuaba como un mediador entre el mundo de los vivos y el de los muertos, con la tarea de controlar el tránsito entre ambos dominios.

Orinoco: Uno de los ríos más importantes de América del Sur, que nace y discurre por Venezuela.

Peineta: En España, durante los siglos XV y XVI, la "peineta" era un peine alto y curvo que se usaba para sujetar el pelo y mantenerlo apartado del rostro, a menudo como un símbolo de estatus social.

Peto: En la España de los siglos XV y XVI, el peto era una pieza clave de la armadura de placas que protegía el pecho y el abdomen. Estaba hecho de acero y se usaba para defender a los caballeros y soldados, formando parte de la coraza junto con el espaldar.

Piragua: En la cultura taína, la piragua (o canoa) era un elemento central para la vida, utilizado para el transporte, la pesca y el comercio, pero también con un profundo significado espiritual. Los taínos la tallaban en una sola pieza de madera y la decoraban ricamente, convirtiéndola en un símbolo de su conexión con la naturaleza, el agua, el comercio y las deidades, permitiéndoles explorar y establecerse en las islas del Caribe.

Polaina: En los siglos XV y XVI en España, las polainas eran una prenda protectora para las piernas, hecha de paño o cuero, que cubría desde el tobillo hasta la rodilla o el empeine, sujetándose con correas o broches. Su uso variaba según la clase social: eran esenciales para labradores, pastores y soldados para protegerse del frío, la maleza y el desgaste, mientras que para la burguesía podían ser un elemento de distinción y moda.

Portaligas: En la España de los siglos XV y XVI, el término "portaligas" se refería a un prendedor o cinturón que sujetaba las calzas o medias largas, uniendo la cintura a las prendas para los pies. Esta prenda interior, esencial para mantener las calzas en su sitio, formaba parte de los conjuntos de vestir masculinos y, con el tiempo, también se adaptó a la ropa femenina.

Puntilla: En la España de los siglos XV y XVI, la "puntilla" se refería principalmente al encaje de malla, que se originó en la pesca y la caza, y al encaje de bolillos, un tipo de tejido ornamental de gran popularidad para adornar prendas de vestir de la élite. Estos encajes eran un signo de riqueza y estatus social, usados en cuellos, puños y otras partes de la ropa, y para su fabricación se requería una gran habilidad artesanal.

Quisqueya: En la cultura taína, Quisqueya significa «Madre de todas las tierras» y era uno de los nombres que le daban a la isla conocida hoy como La Española.

Sayuelo: El sayuelo, también conocido como sayete, fue una prenda de vestir masculina corta que se popularizó en España a finales del siglo XV y principios del XVI, apareciendo en inventarios de esa época. A menudo se usaba junto con el jubón. La prenda era llevada por personas de distintas clases sociales, y se caracterizaba por ser corta, con el cuerpo ajustado y un estilo que podía incluir mangas largas o cortas.

Siboneyes: Los siboneyes no eran un grupo directamente bajo la cultura taína; eran un pueblo aborigen distinto y anterior en las Antillas, aunque convivieron y luego fueron asimilados por los taínos. Se caracterizaban por una cultura más rudimentaria y cazadora-recolectora, sin agricultura ni cerámica compleja.

Sombrero-boina plana: En la España de los siglos XV y XVI, el equivalente al sombrero de boina plana era la parlota. Este tocado era popular en Europa y se distinguía por su diseño plano y ancho, hecho de materiales como paño de lana o terciopelo. Se usaba en todas las clases sociales y su grado de ornamentación variaba según el estatus social de quien lo llevaba.

Taínos: Grupo étnico principal de la isla La Española al momento de la llegada de los europeos. Se trata de un pueblo que llegó procedente de América del Sur, específicamente de la desembocadura del río Orinoco.

Taparrabo: En la cultura taína, la prenda que hoy se conoce como "taparrabo" se denomina nagua, la cual era usada por las mujeres casadas. Los hombres y la mayoría de las mujeres taínas, por lo general, no usaban ropa para el torso y la parte inferior del cuerpo, ya que consideraban que era una forma de vivir en armonía con su entorno.

Vuelo: Amplitud o extensión de una vestidura en la parte que no se ajusta al cuerpo. En la España de los siglos XV y XVI, la moda con "vuelo" se manifestó de diversas maneras, especialmente en las faldas femeninas, que eran amplias y largas, y en las mangas de los vestidos, que a menudo eran anchas. Los trajes masculinos, influenciados por la indumentaria militar, también incorporaban elementos con volumen, como jubones abullonados y calzas abullonadas y cortas.

Yautía: Tubérculo. La yautía era un cultivo básico de la dieta y la economía taína, cultivado junto con la yuca y el maíz en sistemas de siembra llamados conucos.

Yermao: Yermao, o Yermaoguacar, es un nombre de la diosa Atabey en la cultura taína, identificada como la madre de las aguas y a menudo considerada la madre de Yocahú, el dios supremo. Su nombre está relacionado con la jerarquía de la deidad en el panteón taíno y simboliza su papel como figura creadora y madre de otros dioses y de la humanidad.

Yocahú: La deidad taína suprema, dios de la yuca, la agricultura y el sustento. Era considerado el señor de la yuca, de donde proviene el nombre "Yocahú". Se le asocia con la paz, la tranquilidad y el crecimiento de los cultivos, y se le consideraba inmortal y residente en el cielo.

Yuca: La yuca fue fundamental en la cultura taína, siendo su principal alimento y la base para el casabe, su pan básico. Más allá de la alimentación, la yuca estaba ligada a su religión, con el dios principal Yucahú, el "Señor de la yuca". También se usaba para fabricar una bebida fermentada y era un elemento central en rituales y su economía agrícola.

Zuimaco: Zuimaco era otro nombre para la deidad taína Atabey, la madre de las aguas, la luna, las mareas y la maternidad. También es conocida por otros nombres como Apito, Guacar y Yermao.

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