Hay
Un país en el mundo
Colocado
En el mismo trayecto del sol,
Oriundo de la noche.
Colocado
En un inverosímil archipiélago
De azúcar y de alcohol.
-Pedro Mir
From: hedvigsørensen@micronet.dk
To: anibalventura@codetel.do
Date: Oct 1 at 10:10
pm
Subject: A la recherche du temps perdu
Dear Aníbal, it’s been a while since the
last time we exchanged messages, but I’ve been thinking about you lately. I
have something to propose. Here’s the thing.
Why don’t you come for a visit? I mean, we’ve been in touch throughout
all these years through e-mails, but it would be great to have a face to face
conversation, and catch up with everything that has happened to us. Do you like the idea?
This is what I think. Our lives ended up pretty much as we knew
they would. We got married, we had a child, we divorced, we are more or less
unhappy and unfulfilled, our dreams and ideals didn’t quite come true, and we
are alone, and sometimes lonely. What I’m trying to say is that we had a great
and true romance, which could have come to full fruition, if you hadn’t lacked
courage. You were always too afraid of the future, always calculating risks and
consequences, knowing (as I later came to realize myself) that we cannot have
everything we want, that we have to pay a price for whatever we get, and that,
sometimes, somebody else has to pay it. And all the time you were scared that I
would be the one to pay the price; you were extremely cautious, so that I
wouldn’t be the one to be hurt.
Perhaps you were right; maybe you were
ahead of your age. I was always more spontaneous, and living for the moment. No
regrets; that is in the past. But, I’ve never been as close to another human being
as I was to you. Why can’t we, at least, give it another try, and be together
again? What’s wrong with that? There is nothing on our way to prevent that from
happening. Don’t be afraid; life is short.
Haven’t you learned that yet? Love: Hedvig.
From:
anibalventura@codetel.do
To:
hedvigsørensen@micronet.dk
Date:
Oct 21 at 10:10 pm
Subject:
Parallel universes
Querida e inolvidable Hedvig,
antes que nada, déjame decirte que te voy a escribir en español. Lo que tengo
que contarte de mí y de mi tierra necesariamente tengo que decirlo en mi lengua
materna. Es así como me sale, y como tiene sentido. Además, el inglés que sabía
lo he ido olvidando con los años. Espero que no te haya pasado lo mismo con el
español. ¡Cómo me gustaba tu acento vikingo, cuando hablabas nuestra lengua!
Han pasado muchos años desde
que nos dijimos adiós por última vez en Clark-Division. Yo regresé a Santiago,
al Caribe, al viejo barrio, a mis raíces afro-latinas. Tú volviste a Helsingor.
Cuando me fui en el verano
del 76, la dictadura de Balaguer estaba en pleno auge. Los de la Banda
Colorá, o los de la Policía Nacional
ya habían asesinado a Sagrario, a Mamá Tingó, y a Orlando Martínez,
entre muchos otros. La UASD, la única universidad que papá podía pagar, se
había convertido en un campo de batalla de enfrentamientos con la policía,
piedras, tiroteos, gases lacrimógenos, y bombas Molotov. Y papá, para evitarme
una muerte prematura, vendió el pedazo de tierra que dejó la abuela Dominga en
La Barranquita, hipotecó la casa, y reunió todo el dinero que pudo para
mandarme a estudiar al extranjero. ¡Pobre viejo! Nunca podré pagarle lo que hizo.
Cuando volví en el 82, cuatro
años después del madrugonazo, y el fallo histórico, me encontré
con el supuesto suicidio del presidente Guzmán. Pero, déjame volver más hacia
atrás para que puedas entender de lo que estoy hablando.
Después de la ejecución del
dictador Trujillo en el 61, la caída de una cruenta tiranía de treinta años, el
golpe de estado a Juan Bosch en el 63, la guerra civil y la invasión americana
en el 65, Balaguer, el heredero del Trujillismo, subió al poder, y el país
terminó siendo pisoteado por la bota de otra dictadura, de doce años esa vez
(1966-1978).
Durante la dictadura de
Balaguer, los crímenes cometidos por la Banda Colorá, las persecuciones,
los encarcelamientos, y la represión perpetrados sobre el pueblo por los
militares llamados incontrolables,
estaban a la orden del día. El terror
era generalizado, y garantizaba la
permanencia del dictador en el poder.
El régimen convocaba a elecciones cada cuatro
años, pero eran una pura patraña. El resultado de las mismas ya se sabía de
antemano, porque se controlaba desde el Palacio Nacional; y la Junta Central
Electoral no era más que una marioneta del dictador. Se cometían fraudes, se
quemaban urnas, se interrumpía el conteo de los votos, se falseaban las actas,
había apagones, y en un par de
ocasiones, hasta granadas explotaron en la Junta Central Electoral.
En 1974, El Acuerdo de
Santiago, el movimiento político concretizado por altos dirigentes del
Partido Revolucionario Dominicano (PRD) en Santiago, en la casa del candidato a
la presidencia Antonio Guzmán, y que tenía por objetivo la derrota del entonces
Presidente en ejercicio Joaquín Balaguer, fracasó. Ante rumores de amenazas de
persecución y muerte a sus líderes y aliados, El PRD se vio obligado a
retirarse de los comicios convocados para el 16 de mayo de ese año, en los que
resultó electo nuevamente Joaquín Balaguer.
En las elecciones del 78
parecía que el pueblo finalmente se había decidido a sacar al dictador Balaguer
del Palacio Nacional costara lo que costara. El conteo de votos iba a favor de
Antonio Guzmán, candidato del PRD. Los militares, sicarios, y autoridades del
régimen balaguerista decidieron no respetar la voluntad popular. Invadieron la
Junta Central Electoral (acto que más tarde se llamó el madrugonazo),
detuvieron el conteo de los votos, y desmantelaron el equipo de transmisión del
escrutinio. Cometiendo así el fraude electoral más grosero en la historia de la
democracia representativa, un coup d’etat al futuro presidente Guzmán.
El dictador Balaguer cedió
ante la presión de la comunidad internacional, la OEA, y las Naciones Unidas, y
ordenó la reanudación del escrutinio. Eso les quitó fuerza a los conspiradores.
La crisis política, y la amenaza de otra guerra civil se resolvieron por el
llamado fallo histórico, mediante el cual la Junta Central Electoral
despojó al PRD de las senadurías de Bahoruco, El Seybo, La Altagracia, y María
Trinidad Sánchez. Esos escaños en el Senado fueron adjudicados al Partido
Reformista, el partido del dictador Balaguer, que obtuvo así la mayoría
senatorial. A pesar de que Antonio Guzmán resultó electo, perdió la mayoría en
el Congreso.
Parecía que iba a haber un
cambio. El presidente Guzmán removió a los militares trujillistas, y estableció
la autoridad del poder civil, del ciudadano presidente de la república. Pero el
presidente Guzmán, que parecía ser un hombre serio rodeado de políticos corruptos,
terminó suicidándose, o por lo menos, eso dijeron las autoridades. Nunca se hizo una autopsia, ni hubo una
investigación. Yo creo firmemente que lo asesinaron, para quitarlo del medio,
porque no se prestaba a las vagabunderías de los militares y ministros
bandoleros.
Posteriormente el país se
sumió todavía más en un cenagal sin fondo, de corrupción, robos, saqueos,
violación de la constitución y los derechos humanos, como nunca se había visto
bajo una llamada democracia. Cada administración ha sido peor y más perversa
que la anterior. Los gobiernos del Partido Reformista (Joaquín Balaguer volvió
a ser electo presidente), el Partido Revolucionario Dominicano (Hipólito
Mejía), y el Partido de la Liberación Dominicana (Leonel Fernández, y Danilo
Medina) no han sido más que una orgía de crimen, desafuero, y corrupción. Y
detrás de ellos, brindándoles su apoyo (siempre y cuando sus intereses no sean
tocados), ha estado la Iglesia. Y tal parece que nunca saldremos de este hoyo
de arenas movedizas.
Cuando volví en el 82, lo más
triste fue encontrar a papá semi-paralizado, a causa de una hemorragia cerebral;
a mamá envejecida, con su cuerpo enfermo y deteriorado; y enterarme de que
muchos de mis amigos ya no estaban, habían caído víctimas de la tiranía
balaguerista.
A Teresita la mataron los de
la Policía Nacional en un enfrentamiento con los estudiantes en el campus de la
UASD. Quico salió una noche de su casa, desapareció, y no se supo más de él. A
Vitico se lo llevaron preso durante una redada, saliendo de la pensión de
estudiantes en la capital; lo metieron a culatazos en la perrera, y lo
encerraron en La Victoria; allí lo
mantuvieron ocho meses, sin presentar
cargos, ni pasarle causa; más tarde murió junto con otros presos políticos, en
una huelga de hambre, protestando los abusos cometidos contra los reclusos.
Sé que nunca entendiste
porqué tuvimos que separarnos; sé que querías venirte conmigo. Pero, créeme Hedwig, no habría funcionado.
Quisqueya no es Jutland, Santiago no es Helsingor, el Congreso no es el
Folketinget, la Policía Nacional no es la Politiet, el Hoyo de Puchula no es
Frederiksberg, el Hoyo de Bartola no es
Osterbro, el José María Cabral y Báez no es el Bispebjierg Hospital, El
Veintiocho no es el Hovedstadens Psykiatri, La Victoria no es Vestre
Faengsel.
Aquí suceden cosas que, de no ver las
evidencias, contundentes e irrefutables, en los medios de comunicación,
diríamos que las estamos soñando. Es como si viviéramos en otra dimensión. Aquí
el gobierno despilfarra millones en los Juegos Panamericanos, y en la
construcción del Metro, mientras la gente se muere en los hospitales públicos
por falta de atención personal y medicamentos. En muchas escuelas públicas,
cuando cae el aguacero, llueve adentro y escampa afuera. A los que se roban un
pollo, porque tienen hambre, los meten en la cárcel; pero a los ministros que
desfalcan el erario público de millones, a la luz del día, se les rinde
pleitesía. Aquí vivimos en el sesgo de la realidad, en las reverberaciones del
espejismo, en las imágenes distorsionadas de la alucinación, en la radiación de
fondo de un universo paralelo.
Tampoco habría resultado
haberme ido contigo a tu mundo nítido y organizado, de sirenas enamoradas,
bosques mágicos, bellas durmientes, y príncipes encantados. El llamado atávico
de la sangre me empujaba a regresar a
este caos, a este manicomio de inseguridad financiera, física, y jurídica; a
este inverosímil archipiélago de azúcar y de alcohol, como lo llama
Pedro Mir.
Traté de abrirme campo como
trabajador social. Trabajé para el gobierno, UNICEF, Amnistía Internacional, y
otras organizaciones de acción social, en Santiago, y en la capital. Pero la
verdad es que no llegué a ningún lugar. Materialmente, a penas he podido
ganarme la vida. La experiencia personal ha sido un rosario de contrariedades:
los amores no correspondidos, el divorcio, la desilusión que viene con el
desmoronamiento de los ideales y las metas; y la frustración por lo poco que he
podido lograr en medio de la corrupción institucionalizada que es la ley y
constitución de este país.
Estaría mintiendo si te
dijera que todo eso en nada me ha afectado, que no he cambiado, que soy el
mismo que dejaste de ver hace treinta y tres años. Estoy cansado, frustrado,
desilusionado; ya no soy buena compañía; los años y el duro trabajo han dejado
su marca.
Te agradezco la invitación
que me haces, pero prefiero que conservemos la imagen de cuando nos vimos por
última vez, cuando éramos jóvenes, llenos de vida, con todos los sueños y los
ideales intactos, incólumes, valientes, completamente a salvo de los zarpazos
de la vida, cuando su lado despiadado
todavía no nos había alcanzado.
La mente tiene la capacidad
de filtrar los recuerdos, de borrar de ellos los elementos negativos; ese truco
mental nos ayuda a sobrevivir. La imagen que tienes de mí, es eso, un collage
de todas las cualidades buenas que tenía hace treinta y tres años. Y, con toda
seguridad, la imagen que tengo de ti ha sido inevitablemente falseada por los
años. Te recuerdo valiente, aguerrida, denodada, segura de ti misma, haciendo
honor a tu nombre.
Dicen que no se debe
nunca volver a los lugares donde se fue
feliz, porque nos van a decepcionar, porque no se conforman a la imagen que
tenemos de ellos, porque ya no son lo que fueron, porque nunca fueron eso que
recordamos, o porque son exactamente iguales pero nosotros hemos cambiado y ya
no los percibimos de la misma manera.
Prefiero llevarte entre pecho
y espalda como lo más hermoso que me ha pasado. Revivir en mi memoria los
lugares que visitamos juntos, como Wilmette, el Templo Bahai, Grant Park, Navy
Pier, el Jardín Botánico, el Jardín Japonés, el Centro Cultural, el Museo de
Arte, y el pequeño restaurante Nueva Orleáns en Marshall Fields. Recordar las
tantas veces que discutimos sobre Pedro
Henríquez Ureña, Eugenio María de Hostos, Octavio Paz, Gabriel García Márquez,
Mario Vargas Llosa, Mario Benedetti, y Jorge Luis Borges. ¿Te acuerdas? Y yo
adoptaba la actitud de: « ¿Pero quién te crees que eres? ¿De veras piensas que
una escandinava va a saber más que yo sobre español y literatura
latinoamericana?». Pero así era, tenía que reconocerlo, y morderme la lengua;
siempre te admiré, y te envidié por ello. O simplemente, rememorar el tiempo
que pasamos juntos en tu cuartito de la pensión de estudiantes, polemizando,
peleándonos, reconciliándonos, y entregándonos sin restricciones. Te quiere y
nunca te olvida, Aníbal.