Srebrenica

 “Miles de hombres ejecutados y enterrados en fosas comunes, cientos de hombres enterrados vivos, hombres y mujeres mutilados y masacrados, niños asesinados ante los ojos de sus madres, un abuelo obligado a comerse el hígado de su propio nieto, miles de mujeres y niñas repetidamente violadas. Éstas son escenas verdaderamente infernales, escritas en las páginas más oscuras de la historia de la humanidad”.

-Corte Criminal Internacional


Me he pasado toda la noche sentado junto a tu cama, sosteniendo tu mano. Anoche pensé egoístamente que te ibas a morir. Digo egoístamente porque lo que realmente estaba pensando era, «¿Qué voy a hacer con mi vida si tú falleces?» Estabas temblando tan severamente y la fiebre era tan alta que casi llamé al 999. Es un virus maldito ese que cogiste. Pero las toallas frías que te puse en todo el cuerpo, y el té con muchas hierbas y especias que te preparé, funcionaron. Ahora la fiebre ha bajado, y los escalofríos han cesado. Al principio estabas delirando en ese idioma extraño que no entiendo, luego, finalmente, te quedaste dormida. Qué bueno que Kilmaynham Gaol Street sea una calle tranquila, al menos durante la noche. En este momento  tu rostro luce tan apacible que nadie podría adivinar los horribles recuerdos que ocultas en algún rincón profundo, oscuro e inalcanzable de tu mente. ¿Recuerdas cuándo, cómo y dónde nos conocimos? Yo sí; en el restaurante chino Fortune Terrace Buffet en O'Connell Street. Yo estaba disfrutando de la cena buffet con mis amigos y tú estabas sentada sola en la mesa de al lado. Tu vestido negro, tus cabellos negros, y tus ojos negros me llamaron inmediatamente la atención. No podía quitarte los ojos de encima. Les dije a mis amigos que me habías embrujado. Empezaron a burlarse de mí diciendo que me estaba enamorando. Seguí mirándote furtivamente hasta que te diste cuenta de que lo estaba haciendo, y entonces empezaste a hacer lo mismo. Cuando te levantaste, como si fueras a irte, sentí una punzada en el corazón. ¡No te vayas, por favor! pensé. Me sentí aliviado cuando fuiste al mostrador a buscar más comida. Continuamos echándonos vistazos mutuamente. En un momento dado tomaste tu bolso, te retocaste con el lápiz labial, te miraste en un espejito y te peinaste con las manos. Me alegré mucho porque pensé que lo estabas haciendo a causa de mí. Cuando terminó la velada y mis amigos y yo nos dirigimos hacia la puerta, pasé deliberadamente a tu lado, tan cerca de ti que casi te toqué un brazo. Al pasar pude verte la nuca, tan pálida, contrastando con la oscuridad de tus cabellos. Me sentí angustiado porque no quería irme. Afuera, mis amigos y yo nos detuvimos para hablar, no sé de qué. Mientras lo hacíamos, yo observaba todo el tiempo la puerta principal del restaurante, hasta que te vi salir y comenzaste a caminar hacia nosotros. Yo me puse nervioso. Quería acercarme a ti y hablarte, pero entonces entraste a la tienda Pick and Pay. Si lo hiciste para comprar una bebida, un dulce, un cigarrillo, o un accesorio para el móvil, para evitarme, para esconderte de mí, o para mirarme desde dentro, nunca lo sabré. Todo ese tiempo estuve contándoles a mis amigos sobre ti y lo que estabas haciendo. Querían regresar al hotel, pero yo quería esperar hasta que salieras de la tienda. Cuando lo hiciste, nos miramos durante varios segundos y tuve la oportunidad de hurgar en las profundidades de tus ojos negrísimos. Después de eso continuaste caminando por O'Connell, hacia el Liffey. Mis amigos tenían prisa; cruzaron la calle y me estaban esperando en la esquina de O'Connell y Eden Quay. Luego, de mala gana, me reuní con ellos. Miré una vez más hacia la esquina de O'Connell y Bachelors' Walk, y todavía estabas allí, parada, mirándome. Les dije a mis amigos que se fueran al hotel, que me reuniría con ellos más tarde. Me aconsejaron que tuviera cuidado. Entonces crucé la calle y me reuní contigo. Nos miramos a los ojos y luego caminamos hasta una taberna en Temple Bar. Allí tomamos una cerveza y hablamos, y luego fuimos a tu casa, donde pasé la noche. ¿Estás loco de remate? dijeron mis amigos cuando les dije que no iba a volver a casa, que me quedaría aquí contigo. Estaban escandalizados. ¿Vas a tirar por la borda una vida de éxitos, por un enamoramiento repentino? ¿Vas a quedarte en una tierra extranjera donde no tienes amigos, ni familia, ni conocidos, viviendo con una extraña? ¿Qué vas a hacer cuando te canses de ella, o ella se canse de ti? Bueno, ya han pasado varios años y todavía estamos aquí, al menos yo. No siento ningún deseo de irme. No sé tú. Pero, a pesar de que ya llevamos varios años viviendo juntos, apenas te conozco. No dejas que me acerque demasiado. Hay un inmenso abismo frente a ese espacio donde se esconden tus recuerdos. No se me permite ir allí. Hay una valla alta entre nosotros que no me dejas saltar. Es gracioso, mis amigos incluso me advirtieron que fuera cauteloso, que podrías ser una selkie. Es ridículo, pero, por un tiempo, viví con el miedo de que pudieras serlo, de que un día escucharías el llamado del mar, y luego sacarías tu piel de foca de donde la habías escondido y regresarías a las aguas para vivir con los tuyos. ¿Dónde la escondió? Me preguntaba. Necesito encontrarla y destruirla, para evitar que  me deje y regrese al océano. Y luego me decía a mí mismo «No seas estúpido, no hay selkies en los Balcanes.» Mientras te hablo, a veces tu mano comienza a temblar y murmuras algo, como si en lo profundo de tu sueño, estuvieras escuchando y quisieras darme las respuestas que te he estado pidiendo. ¿Qué te hicieron en Srebrenica? ¿Masacraron a tu familia? ¿Quemaron tu casa? ¿Arrasaron tu aldea? ¿Te violaron repetidas veces? ¿Cuántos años tenías? ¿Cómo puede alguien, y mucho menos alguien tan joven, sobrevivir a tales actos de violencia sin perder la razón? ¿Cómo puedo ayudarte si no me hablas de esas cosas? Pero, por otra parte, ¿cómo puedo pedirte que exhumes la memoria de esos terribles acontecimientos de los lugares donde los has enterrado? Allí están fuera de tu conciencia, y esa es la única manera que has tenido para sobrevivir a lo que tuviste que soportar. ¿Qué clase de monstruos que creen en dioses pueden cometer semejantes atrocidades? ¿Cómo pueden los dioses psicópatas permitir que tales monstruosidades sucedan, mirando hacia abajo fríamente, reteniendo su supuesto poder para detener el sufrimiento y el mal? La luz amarillenta del sol naciente que se filtra en nuestro dormitorio hace que las motas de polvo sean visibles, y su danza me da sueño.  Pero no quiero dormir. Todavía no me siento aliviado. Quiero estar despierto cuando despiertes. Quiero que veas en mi cara que me quedo contigo en las buenas y en las malas. Quiero ver en tus ojos la determinación de que no te irás.

 

©William Almonte Jiménez, 2024