Amsterdam Schiphol

 

Aunque mi vuelo estaba programado para las 14:00, me levanté temprano de todos modos. Tenía que dejar el Wittenberg hotel a las 10:00. Mis maletas estaban hechas. Me duché, me vestí, recogí mi equipaje, y bajé a la recepción para devolver la llave. Luego salí del hotel. Antes de comenzar a bajar por Roetersstraat, me detuve en el puente, y eché un último vistazo al encantador Nieuwe Prinsengracht, a las flores y los árboles, a las hermosas residencias, y las pintorescas casas flotantes que se encontraban en cada orilla. El sol de la madrugada de mediados de julio se reflejaba en sus aguas. Antes de descender a la estación del metro en Weesperplein, volví a hacer lo mismo: eché un último vistazo al exquisito diseño arquitectónico de los edificios en Sarphatistraat, que a pesar de la hora temprana, ya era un enjambre de peatones, bicicletas y tranvías.
    El Metro 54 me llevó a Amsterdam Centraal que, siendo la central ferroviaria, ya estaba llena de gente. Allí tomé el tren Intercity Direct 926 con dirección a Rotterdam Centraal, que hace una parada en el aeropuerto de Schiphol. Llegué a las 10:00.
     El aeropuerto tiene una única y enorme terminal de pasajeros, con cuatro zonas de embarque-desembarque, y 8 salas de partida: B, C, D, E, F, G, H y M. Dependiendo de la puerta desde donde saldría mi avión, tendría que caminar una gran distancia desde la parada del tren. Me senté en un banco, junto a la primera pantalla de información de vuelo que encontré. Tuve que esperar hasta las 11:00 para ver en la pantalla detalles sobre mi vuelo. Tan pronto como la pantalla me informó de qué puerta saldría mi avión, me dirigí a Seguridad y Migración, y luego caminé hasta mi sala de partida. Tenía tres horas que matar.
     Para entonces ya tenía hambre, de manera que busqué un lugar para desayunar. Después de recoger mi comida en el mostrador busqué una mesa para sentarme, pero no había ninguna. Había una joven sentada sola en una mesa donde había un espacio vacío. Dudé en preguntarle si podía sentarme con ella; ella me vio mirando y me señaló que estaba bien. Le di las gracias. Nos presentamos. Su nombre era Eryna. Era del Lejano Oriente, estudiaba en Amsterdam y volvía a casa para las vacaciones de verano. Su avión salía de la puerta G3 a las 12:31. Después de terminar mi delicioso desayuno, que consistía en verduras hervidas, espinacas, huevos revueltos y salmón, le dije adiós a la chica.
     Enseguida fui a una librería. Suelo comprar un libro en cada país que visito. La mayoría del material estaba en holandés. No encontré nada interesante en inglés. Pero tenían algunos libros en francés. Estaba hojeando «Sept petites croix dans un carnet» de George Simenon. Un señor se me acercó y me dijo: “Esa es una buena elección”. Era fanático de Simenon. Como consecuencia, entablamos una interesante discusión sobre el comisario Maigret. Nos presentamos. Era un hombre de negocios holandés que viajaba al Lejano Oriente por asuntos de negocios. Su nombre era Lasse. Su avión salía de la puerta G3 a las 12:31.
     Después de caminar más por la terminal, me cansé y me senté en un asiento al lado de un gran ventanal de vidrio con vista a la pista, donde me divertí observando las aeronaves con nombres de aerolíneas extrañas de las que nunca había oído hablar, como: Aegean Airlines, Air Baltic, Pegasus Airlines. Dos niños corriendo, un niño y una niña, chocaron conmigo, al mismo tiempo que su madre, que estaba sentada frente a mí, los regañó, y les ordenó que regresaran a sus asientos y se callaran. Le aseguré que no era gran cosa. Nos presentamos. Eran del Lejano Oriente, pero vivían en el Reino Unido, iban a su país de origen a visitar a sus parientes, y por las vacaciones de verano de los niños. Sólo estaban conectando en Amsterdam. Su nombre era Farah, el nombre de la niña era Ameera, y el niño se llamaba Haruun. Su avión salía de la puerta G3 a las 12:31.
     Cuando mi avión despegó y desde la ventana lo único que vi fue agua, canales y llanuras verdes, me regodeé en el hecho de que KLM pronto retiraría gradualmente el McDonnell-Douglas MD-11, pero no antes de que yo tuviera la oportunidad de volar en el avión de tres turbinas más hermoso jamás construido.
     Mientras sobrevolaba Groenlandia quedé deslumbrado por la isla cubierta de nieve, con muchos afloramientos rocosos. También estaba recordando mi viaje a los Países Bajos. Pensaba que Ámsterdam, con todos sus canales, puentes, tranvías, parques, edificios antiguos y museos, era una ciudad magnífica. El viaje a Marken, Volendam, Edam y Zaanse Schans fue memorable.
     Cuando era joven, antes del Internet y del correo electrónico, mi ventana favorita al mundo era la radio de ondas cortas. Todas las noches pasaba un par de horas sentado junto al viejo receptor Philips escuchando emisoras de radio de lugares lejanos. Tenían clubes de oyentes y listas de correspondencia. Esas listas de nombres y direcciones se enviaban a todos los miembros, para que pudieran escribirse unos a otros. Así es cómo llegué a tener muchos amigos por correspondencia. Durante años intercambiamos cartas, sellos, billetes, monedas, postales y detalles de nuestras vidas diarias. Desafortunadamente mi correspondencia con ellos se vio afectada por las angustias del crecer, la universidad, el trabajo, el matrimonio, los hijos, la emigración a otro país, y finalmente cesó. Años más tarde volví a conectarme con uno de ellos, Sara, en los Países Bajos. Incluso después de la llegada del Internet y el correo electrónico, Sara y yo seguimos escribiendonos cartas escritas a mano, y enviándolas por correo. Cuarenta años después, finalmente nos encontramos cara a cara. Fueron necesarios dos metros, dos trenes y un autobús para llegar al pueblo del sur donde vive, a tres horas de Amsterdam. La experiencia fue muy agradable. Pasamos la tarde juntos; fuimos a cenar, a caminar, a tomar algo. Finalmente nos despedimos en la parada del autobús, sabiendo inconscientemente, pero sin admitirlo, que probablemente nunca nos volveríamos a ver.

Ocho horas y media más tarde, mi avión aterrizó. Sólo al día siguiente, después de ducharme, tomar mi café y encender el televisor, escuché la impactante noticia de lo sucedido el día anterior. El vuelo MH17 de Malaysia Airlines había sido derribado por un misil lanzado por fuerzas separatistas controladas por Rusia, mientras sobrevolaba el este de Ucrania. Los 283 pasajeros y 15 tripulantes murieron. Los restos del avión Boeing 777-200ER cayeron cerca de Hrabove en el Óblast de Donetsk, Ucrania, a 40 kilómetros de la frontera con Rusia; Otras víctimas del conflicto del Donbás, daño colateral, un crimen contra la humanidad, otra señal de la locura humana y la insensatez de la guerra. Todo el peso de la tragedia cayó sobre mí solamente cuando me di cuenta de que yo había llegado sano y salvo a casa, pero Eryna, Lasse, Farah, Ameera y Haruun no.


© William Almonte Jiménez, 2024